Mi objetivo era llegar a Puerto Bahía Negra, una pequeña ciudad situada en el noreste del departamento de Alto Paraguay, en un ensanche del río, muy cercano a la triple frontera con Brasil y Bolivia, según se estableció desde la firma del Tratado de Paz, Amistad y Límites que concluyó oficialmente con la Guerra del Chaco. Bahía Negra, que fuera fundada por el estado boliviano con el nombre de Puerto Pacheco, fue perdida y recuperada por ambos países beligerantes, durante la mayor guerra sudamericana del siglo 20.

Allí, según habíamos acordado en Asunción, me encontraría con miembros del equipo de guardareservas de la Estación Biológica «Los Tres Gigantes», para remontar con ellos en lancha el río Paraguay hasta la desembocadura del río Negro, entrar por éste y alcanzar la base dentro de la reserva, en la que sería voluntario durante un mes, como primera experiencia allí. Pero llegar al puerto más boreal del Paraguay sin subir en un avión, sería un viaje intenso y una aventura en sí misma. Para ello manejaría la moto hasta Vallemí, ciudad ubicada en el municipio de San Lázaro, extremo norte del departamento de Concepción, para embarcarme y viajar río arriba hasta Bahía Negra. Así que, partiendo de mi base en el sur de Cordillera, iría el primer día hasta Santa Rosa del Aguaray, en el departamento de San Pedro, para pasar la noche y continuar a la mañana siguiente hasta el cruce de Yby Yaú, ya en el departamento de Concepción y tomar la ruta 5 rumbo a la capital del mismo, donde me quedaría unos días para aprovisionarme y encontrarme con mi contacto, quien me alojaría días después en el fin de mi ruta por tierra y con quien quedaría mi nave guardada.Corría la primera semana de enero 2017 y cuanto más al norte me desplazaba, más calor sentía. Recuerdo claramente que en cada río, arroyo y aguada que cruzaba, había personas, familias enteras, nadando, refrescándose, pescando desde alguna sombra o disfrutando a su manera de aquellos días de verano abrasador. Mientras tanto, la piel de mis brazos, carente de toda protección (algo que no recomiendo para hacer ruta), se ponía más y más oscura. Viajaba muy feliz, cantando y observando todo un paisaje nuevo para mí. Al llegar a Yby Yaú vi a lo lejos la silueta del cerro Memby, sobre el que había leído algo antes, durante aquellas noches en que investigaba y planeaba posibles recorridos, cuando mi primer viaje largo al Paraguay era apenas un proyecto.

Además del paisaje serrano que se extiende desde las proximidades de este centro urbano y que atravesaría un mes y medio después en dirección a Pedro Juan Caballero, lo que me encanta de Yby Yaú es su nombre, una castellanización de yvy ja’u, que se refiere a alguien que ingiere tierra y es como llaman en guaraní a las aves conocidas como atajacaminos, añaperos o chotacabras y que en Uruguay llamamos dormilones, osea los caprimúlgidos. Se trata de una familia distribuida en todos los continentes excepto la Antártida y que tiene algunas especies muy comunes en toda nuestra región. No es raro encontrarlos en el suelo de caminos rurales durante el atardecer y la noche o ver sus siluetas sobrevolar los pastizales. Su actividad se desarrolla en esas horas, cuando cazan mariposas nocturnas y otros insectos, valiéndose de sus picos especialmente anchos. Aunque muchas veces pasen desapercibidos, también habitan en las ciudades, como lo comprobé con las siguientes fotos, tomadas a escasas cuadras del centro de Asunción.

A pesar de que me ardía el cuero que había expuesto sin piedad por cientos de km, al llegar a la Perla del Norte, sólo pensaba en cómo se vería el río Paraguay desde su costa. Por eso fui, aún sin descargar mis bolsos, metiéndome por un camino de tierra hasta toparme con él.

Dejé la moto sobre una elevación con pasto, contra una curva y bajé junto al agua. Varios caballos pastaban en el yuyal, entre el camino y la arena. De pronto apareció un señor que me hacía señas para que me acercara. Me explicó que no le parecía seguro dejar mis cosas solas y alejarme. Poco castellano había en el jopara de mi interlocutor y menos guaraní en el mío, así que luego de convenir en –nde moto porâ –sí, gracias, es mbarete, el hombre cerró con: – Haku la kuarahy che ra’a, ja’u terere. Entonces nos dirigimos a su casa donde pude estacionar a la sombra y sentarme a compartir la bebida nacional paraguaya con la familia. El señor tenía dos hijas en edad escolar, que enseguida se convirtieron en unas excelentes traductoras castellano-guaraní, y un varoncito’i, por lo que disfruté mucho el rato que compartimos así como las guayabas que me alcanzaron junto con una palangana para enjuagarlas. Las niñas entusiasmadas con mi cámara, mientras me contaban una cosa y preguntaban otra, fotografiaron todo lo que había alrededor y se sacaron varias selfies. El agua helada y cargada de pohã ro’ysã (remedio refrescante), me hizo tomar dimensión del calor que había pasado en la ruta. Muy valioso fue ese par de horas compartido y muy reparador el descanso, pero tenía que buscarme un lugar donde dormir y prepararme para el último tramo. Cuando me iba y luego de despedirme, el señor habló en castellano diciendo: – Buen viaje chamigo.



Habiendo descansado y combinado todo, partí hacia puerto Vallemi, 190 km distante de la capital departamental. Sin duda un viaje maravilloso.

En una de esas paradas que normalmente hago para estirar los músculos, fumar y dejar descansar al motor hirviente, pensé en lo lejos que estaba de casa dependiendo apenas de mi cuerpo y del montón de fierros que me transportaban. Pero con la alegría que llevaba podría haber manejado hasta el fin del mundo. Crucé los brazos del arroyo Tagatiyá, con tucanes entre otras aves volando sobre mi y sólo mi humor decayó al encontrarme en tres ocasiones con los despojos de individuos de Kaguare atropellados, el oso melero que en Uruguay quien lo conoce lo llama Tamanduá. Aquel bicho increíble, un mamífero antiguo que habita Sudamérica desde antes del gran intercabio biótico americano, estaba en mi lista de deseos, pero pasó más de un año para que pudiéramos caminar a la par como si fuéramos amigos de toda la vida.
Ya en su ciudad, mi tocayo que dirige el emprendimiento Vallemí Tour, y que es conocedor en cuanto a geología y principalmente entusiasta de la espeleología, me desasnó acerca del lecho calcáreo de los arroyos que crucé y de muchas cosas de las que pude ser observador si no hubiera viajado sin parar hasta su casa. Pero claro, me dirigía al Gran Pantanal y tenía un carguero que abordar para llegar en tiempo en forma. En Vallemí, un mes después y siendo su ayudante, bajamos a una de las grutas que hacen famosa a la ciudad, además de las caleras que abastecen de materia prima a un país en pleno desarrollo para que, entre otras cosas, extienda sus vías públicas.



El asunto es que bajamos a una gruta. Y puedo asegurar que hay mucha vida en torno a las entradas y que, también, la hay en sus profundidades…

O la pareja de Yryvu hû que nos observaba. No vaya a ser que nos rompamos los huesos y ningún vertebrado aproveche nuestra carne…

Los nidos de boyerito abundaban, y se hizo presente el Carpintero Oliváceo también, que indiferente a nuestra actividad, picoteó la dura madera de los árboles del cerro. Ya adentro, los murciélagos eran muchos, así como el olor de sus deshechos. Poco y nada sé hasta el momento sobre quirópteros, aún habiendo participado de charlas sobre ellos y de haber visto muchísimos. Mis fotos, a falta del pulso necesario para exposiciones largas en bajas condiciones lumínicas y de trípode en aquella ocasión, ni justifican que las publique. Es un debe que tengo, porque me gustan y me sorprende la capacidad de volar, como a todo ser humano, pero más aún cuando se trata de especies que tenemos tan cerca en términos de evolución biológica. Descendimos y vi como las raíces del Higuerón, que en Paraguay se llama Guapo’y, encuentran su camino entre las grietas y logran alimentarse de los nutrientes que en la profundidad de las cavernas encuentran.

Pero además de mamíferos alados, allí abajo viven varios sapos, ranas y toda una diversidad de artrópodos que son su alimento. Como este pequeño saltamontes o tuku’i, que prescinde de ser colorido ya que su entorno es la oscuridad que perturbamos con nuestras linternas.

No menos interesante es la siguiente araña que seguro nació, se reprodujo y sin duda morirá en la penumbra.Y ¿a quién supo pertenecer este cráneo? La respuesta del profe de mastozoología podría ser – Reprobado. Vuelva el año que viene…
Una vez más verificaba el abismo insondable de mi ignorancia. Pero así y todo, la fe es mi motivación, junto con todos aquellos seres que me maravillan y las experiencias que vivo al aproximarme a su existencia. Y por eso, el miércoles 11/01/2017 esperé la llegada del buque conocido como Aquidabán, como el río que la da nombre, para embarcarme en un viaje épico, de aprendizaje que aún estoy procesando, remontar el curso del Paraguay que me llevaría a lugares que no había soñado, a los que volvería para quedarme más tiempo y a los cuales sin duda regresaré como un visitante con gran cantidad de amigos ya hechos en el camino y la experiencia de vivir lo que me plazca, en la medida de mis posibilidades y con el respeto que se merecen cada persona y acontecimiento que descubro, como si el mundo hubiera empezado conmigo y no con esos libros que leí, cada día.

Que lindo! Que buen viaje! Hermosas fotos 💚 Me impresionaron las raíces en las grutas, me dieron ganas de conocer.
Y ese pequeño mundo flotante llamado Aquidabán… Me acuerdo la primera vez que viajé, en el 2013, no podía contener la felicidad. Como tu lo dijiste, es una experiencia en sí mismo!
Hermoso y emocionante tu relato de tu increíble periplo
Me encantó
Muy bueno.FELISITACIONES.
Hermoso trabajo !!! Felicitaciones !!! Interesante
Muchas gracias!
Muy lindo todo. Hermosos paisajes y relatos. Felicitaciones
Gracias por pasar por el blog y comentar!
Hermoso !!! Muy interesante Felicitaciones!!!
Hermoso!!, un gran abrazo y muchas gracias por compartir ese bello relato de viaje.
Espero poder compartir nuevamente una conversación y un cigarro con usted.
Mucho éxito y un gran abrazo!!!
Gracias Patricio! Yo también así lo espero. Envío un abrazo que cruce la Cordillera de los Andes!
Me encantó lo pintoresco del relato! Seguí escribiendo tus viajes y experiencias!
Me alegro Ali. Gracias! Estoy en eso….
Excelente Guille. Esos xaracoles son tan raros. Los he encontrado inclusive lejos de lugares donde hay agua. Que buen material. Te felicito hermano ))))))
Gracias Julito! Abrazos
Maravilloso tu relato! Hice exactamente este mismo viaje en 2008. Fue el viaje más emocionante de mi vida. Las noches en la cubierta con los demás viajeros…,este cielo…
Me has retrotraído 10 años atrás…
Gracias! Me alegra que te traiga buenos recuerdos. Eso es motivador para seguir con el blog. Además comparto plenamente lo emocionante del viaje en el Alto Paraguay. Gracias de nuevo por pasar y comentar. Bienvenido!
A great series of images, accompanied by a first rate narrative. This is obviously a fascinating area to visit. I would love to get there one day, whether I ever will is another matter entirely!
Thank you for your kind words. Welcome to the blog! It’s difficult to go to all the places you want, but it’s not impossible. People in Paraguay are truly hospitable and a journey through their depths will always be an unforgettable experience. The effort to do so will have a great reward.