Recién comenzando a procesar lo que había vivido en Arerunguá, tome la ruta 31 hacia el oeste. El paisaje serrano se mantuvo hasta el cruce con la ruta 4 que lleva a Celeste, tomándola hacia el sur, y a Biassini, haciéndolo hacia el norte. Ambas son localidades salteñas, comprendidas dentro del municipio de Rincón de Valentín. Cuando cruzaba el arroyo que le da nombre a la jurisdicción, empecé a dudar si el combustible en el tanque era suficiente para llegar a la capital del departamento. Por ese motivo me detuve en la cabecera del municipio, pueblo ubicado en la margen occidental del arroyo Valentín Grande y que es llamado sencillamente Valentín, según me dijeron después, por el nombre de un indio que vivía en la zona. Este curso de agua, así como el Arerunguá y varios otros menores que crucé sobre puentes, forman parte de la cuenca del Arapey que, a su vez, desagua en el Uruguay. El señor del comercio donde compré la nafta contenida en dos botellas de caña, con la mejor voluntad de conversar, empezó a despotricar contra los actuales políticos que gobiernan al país. Me acordé de las palabras de Alves en el Paso de las Piedras: –Venga cuando quiera y con quien quiera, menos con políticos, a esos no los recibo. No iba a entrar de ninguna manera en la discusión, así que rapidamente desvié el tema. Según lo veo, y aunque el discurso del Pepe en la ONU contuvo algunos conceptos a los que adhiero aún consiente de que su retórica, en la práctica, es basicamente demagogia, los políticos forman una clase aparte de la gente de a pie y, si estuvieran libres de perversión, tal vez se buscarían actividades más honestas como panadero, albañil, quintero, guardaparque, poeta o astronauta por ejemplo. Nunca voté a ninguno, de ningún color, ni tengo pensado hacerlo y me sorprende la ingenuidad de creer que alguno defienda, en mayor o menor medida, otros intereses que no sean los suyos propios o los de corporaciones y logias que están por encima de ellos mismos. Habiendo zafado de este asunto, le comenté que estaba tomando fotos de naturaleza en la zona. Enseguida fue a buscar una de sus reliquias para mostrarme y haciéndolo me preguntó: – ¿Sabe qué es? + Y eso debe ser de un gliptodonte. – Exactamente. Es la punta de la cola y la encontré en el arroyo. Un mes atrás me había asombrado viendo un caparazón enorme de ese animal extinto en el sótano del Museo Nacional de Historia Natural en Montevideo. ¡Qué bronca tenía de estar sin baterías para tomarle fotos! Decidí pedirle a mi compañera una encomienda con dos más para que no me volviera a pasar algo así, ni bien llegara a Salto. Es cierto que pude decirle al señor para conectar el cargador en su negocio, pero no quise molestar y pensé que si el gliptodonte me esperó 10mil años, puede hacerlo un poco más, hasta que vuelva a pasar por Valentín. Esa noche dormí en el camping del Daymán, y si bien no desprecio la ducha caliente y la posibilidad de cargar mis aparatos, quería volver al monte nuevamente, aunque antes pensaba asistir a una charla sobre aves nativas que la ong COENDÚ organizaba en Paysandú. (Abajo, imagen de la invitación)
Tomé la ruta 3, al sur, hacia La Heróica, atravesando el palmar conformado por miles de Butiá yatay, hermoso y contenedor de biodiversidad, que caracteriza a esa zona del litoral oeste del Uruguay. En el camino iba saludando a una gran cantidad de personas de a caballo que se dirigían a la Meseta de Artigas. Si bien entré por el camino que lleva al sitio sobre el río donde se encuentra el monumento al prócer, próximo a la ubicación en que se asentó el campamento de Purificación del Hervidero, no me quedé más que unos minutos observando el agua y la vecina orilla, tan cercana y visible, porque no me siento a gusto en reuniones masivas y porque quería ser puntual en la charla. Me pareció gracioso un cartel que ponía: No exhibir armas de fuego, y otro, No talar árboles. En definitiva, traten de no estar matando cosas todo el tiempo. Cuando me iba, en un camino donde el resto del año circulan pocos vehículos, ya había ocurrido un accidente de tránsito, por suerte sin consecuencias graves. Sigo viaje, que tengan suerte. Y me fui riéndome al recordar que, en edad escolar, miraba el cuadro de Herrera llamado Artigas en la Meseta en un libro de historia y, como no sabía qué significaba, se me ocurrió que Meseta debía ser el nombre de la yegua en la que don José estaba montado.

A la charla en el edificio del periódico local asistieron varias personas interesadas en el tema. Sinceramente fue enriquecedora y clara. Si la repitieran y volviera a ir, seguramente aprendería cosas que esta vez no retuve porque la información fue muchísima. ¡Un lujo!. Quedé agradecido. Como era tarde para ir por la encomienda y tenía que esperar hasta el lunes, volví 35km para atrás hasta el puente de la ruta 3 sobre el Queguay, antes de que se hiciera la noche, para armar el campamento cerca del puente viejo, hoy casi totalmente destruido. ¡Qué maravilla acampar con espinillos en flor!

Una parte de los montes del Queguay está comprendida dentro del SNAP, pero no la que recorrí a pie por dos días, sino la que se conoce como Rincón de Pérez, en la confluencia del Queguay Grande con el Chico, a unos 40km de Guichón, localidad que aún no tengo el gusto de conocer. Si la pequeña porción por la que anduve alberga tanta vida, es difícil imaginar lo que se puede encontrar en los montes más espesos que sobreviven aguas arriba. Me levanté con el sol y luego del mate y un frugal desayuno, me interné bajo los árboles siguiendo el curso del río. La cerrazón sobre el agua era intensa pero, aun así, pude ver a las urracas en la orilla de enfrente.
Lo siguiente que observe fue a una pareja de biguás que se sumergía y buceaba en busca de su alimento. También llamados cormoranes del neotrópico, estas primitivas aves carecen de glándula de acicalamiento, por lo no tienen otra opción que secar su plumaje al sol, motivo por el cual se los puede ver posados con las alas abiertas en ramas, postes, etc. Estaban muy ariscos y, ni bien me vieron, tomaron vuelo carreteando sobre el agua en forma ruidosa. Más tarde, cuando se levantó la bruma, me resultó más fácil empezar a detectar la variedad de aves entre los árboles.

Bajo el tupido dosel arbóreo, la temperatura y la humedad relativa cambian y las luces y sombras exigen adaptar la vista para interpretar lo que registra.
Muchos sangraderos y cañadas alimentan al Queguay. Algunos productores de cítricos aprovechan el agua de éstos e incluso bombean desde el cauce mayor para regar sus frutales, como lo pude comprobar monte adentro. También se forman pequeñas lagunas que se llenan en crecidas y con la lluvia y que, probablemente, desaparezcan o se reduzcan sensiblemente en tiempo de seca.
La existencia de mamíferos es evidente por sus huellas y excrementos pero, como casi siempre, no es fácil observarlos por tener hábitos nocturnos o simplemente por ser esquivos al ser humano. (Lo bien que hacen!). El mano-pelada o aguará-popé, está presente en cada monte que visito en la región, pero es más probable encontrarse con individuos muertos, atropellados en rutas y caminos que, cara a cara, con uno vivo. Triste es la relación del hombre con este exitoso y oportunista comedor de cangrejos, que llegó a estas tierras en el gran intercambio biótico americano, llamado también osito lavador por su hábito de sumergir el alimento en el agua antes de ingerirlo. Su mano tiene cinco dedos, por eso su rastro es inconfundible. Tan fino es su desarrollo del tacto que le permite generar un mapa mental a partir de lo que va tocando.

Aunque dentro y fuera del monte los reyes del canto fueran los zorzales, una composición compleja y potente llamó mi atención y busqué al ave caminando lentamente. Se trataba del Boyero de Ala Amarilla, que no solo trinaba sino que también hacía piruetas sobre las ramas.
El día siguiente se presentaba tan hermoso como el anterior, pero al volver de mi caminata de la mañana ya cerca del mediodía, encontré instalada frente a mi carpa a una familia compuesta por una pareja y un niño de unos 8 años. En todos los viajes me gusta compartir tiempo y conversación con la gente y, de hecho, en este venía conociendo personajes increíbles que quedaran siempre en mi memoria y con los que pienso mantener el contacto. Éste no era el caso. El rollizo señor con actitud de macho alfa, que me recordó a los lobos marinos de la costa rochense con el perdón de los mismos, de manera histriónica se empeñaba en hacer leña con un machete sin filo de los que venden en los supermercados. Le quise alcanzar una brazada de rolos secos que algún otro acampante había dejado con anterioridad, para que no se le ocurriera empezar a cortar madera verde. – No preciso nada, gracias., fue su respuesta y luego mirando a su acompañante femenina agregó: – ¡Eso que juntaste no sirve pa nada, mija!. Ya no me gustaba mucho lo que estaba pasando, pero cuando el niño, aparentemente único integrante del grupo con alguna sensibilidad sobreviviente, me saludó diciendo – Hola señor. y fue mandado callar con un –No molestes al hombre, decidí juntar lo que pensaba comer y la cámara, para ir a sentarme por lo menos a 500m. Total, planeaba quedarme otra noche y su estadía terminó incluso antes de lo que calculé. Me hicieron un favor porque, en la caminata al sol, pude avistar coloridas mariposas en plena actividad. Hace poco tiempo participé, escuchando, de una charla sobre lepidópteros que me mantuvo atento y maravillado durante toda su extensión. Entre muchas cosas me enteré de que, en otros países, existe una actividad recreativa llamada butterfly watching. No tengo tanto glamour pero algo de eso estuve haciendo un buen rato.
Se me ocurre que un estudiante de cualquier área de las ciencias naturales podría escribir su tesis con el material que los montes del Queguay le pueden aportar.
Un rato largo anduve detrás de la Panambí Morotí, que bailaba siempre cerca de los coronillas con delicados movimientos de sus alas blancas, como su nombre guaraní lo indica. También seguí al Juan Chiviro, primero por su canto y luego apuntándolo con la cámara. Tanto de la mariposa como del ave, las fotos quedaron difusas. No faltará oportunidad de intentarlo de nuevo. Sí pude capturar otros seres, de la manera en que no se lastiman ni pierden su libertad.
Cuando volví al campamento, de mis circunstanciales vecinos no quedaba más que la mugre que habían dejado. Otro aporte a la abundante cantidad de bolsas de plástico y botellas desparramadas entre los árboles a ambas margenes del camino y que el Queguay se encargará de arrastrar en la próxima creciente. Estoy seguro de que los visitantes ocasionales, en su mayoría, no se adentran más de 30 metros en el monte. Y pienso esto porque a esa distancia vi el ultimo papel higiénico usado. Quizás por eso no se enteran de las maravillas que allí ocurren, pero si van a actuar de esa manera, que no lo sepan nunca.
Una vez disipada la niebla de la mañana del lunes, volví a cargar todas mis cosas en la moto para pasar por la ciudad de Paysandú, dirigirme al puente internacional y cruzarlo rumbo a Entre Ríos, ya que mi próximo destino sería el Parque Nacional El Palmar. Me despedí del Queguay, el último río en el que acamparía en territorio uruguayo por varios meses.
Sigue siendo un placer leer los relatos de las experiencias de tus viajes enriquecidos con tus magníficas fotos. Gracias
Un bálsamo para el alma el relato y las fotografías Gracias infinitas!
Gracias a ti. Me alegra que te guste.